En el año 2015 se distribuyó un video por las redes sociales que suscitó el rechazo global, pero que todavía es posible visionar: en una localidad de Méjico se había dado caza a una supuesta bruja, a la que torturaban y, finalmente, quemaban. El motivo de repulsa en las redes era comprensible, ya que la bruja no era tal, sino que se trataba de una lechuza de grandes dimensiones. Es un hecho intolerable en pleno siglo XXI, aunque la identificación de una lechuza como bruja (la encarnación de la segunda en la primera) nos hace desandar caminos de muy largo recorrido. En efecto, la asociación de ciertas aves con la práctica brujesca, y, en particular, la conexión de las rapaces nocturnas con las brujas y el ámbito demoniaco ha sido una constante a lo largo de los tiempos. La propia terminología refuerza esta asociación: la strix griega, denominó a un ave rapaz que derivó en una serie de advocaciones de seres malignos. A la bruja se la llamó strega en italiano, como a los vampiros del centro y este de Europa strigoi, streges, strzyga o estrie .